TITULO DE LA CONFERENCIA:
LAS FILIPINAS EN BUSCA DE SU IDENTIDAD HISPANA.
Casa de la Cultura de Los Cerrillos, viernes 16 de noviembre de 2001.
				Por el Dr. Enrique Javier Yarza Rovira.

Estimados amigos:

Quiero en primer lugar agradecer a la Casa de la Cultura de Los Cerrillos por permitirme difundir esta campaña pro-lengua española que se está llevando a cabo internacionalmente a favor de Filipinas. A la Sra.maestra Olga Renée Batista, quien ante mi ruego leerá esta ponencia en el día de hoy, mi más profundo agradecimiento. Igualmente quiero agradecer al público presente por interesarse y solidarizarse con el pueblo hispano-filpino en la defensa de nuestra hermosa lengua común. Pero, muy especialmente, deseo agradecer públicamente a mi amigo el Prof.Daniel Torena, quien con su natural gentileza e hidalguía que lo caracterizan, ha colaborado estrechamente con esta benemérita campaña de difusión de la cultura hispano-filipina en Uruguay y ha hecho posible esta reunión en el día de hoy.

I. EL SIGNIFICADO DE FILIPINAS PARA LA HISPANIDAD.

Voy a hablarles de las Filipinas, las Antípodas, lugar recóndito y poco conocido para la mayoría de nosotros, los uruguayos. Pero antes de entrar en el tema de las Filipinas, quiero compartir con Uds. una definición de Hispanidad, comunidad a la que todos nosotros pertenecemos. El Cardenal Gomá ofrece en su libro “Hispanidad” la sustancia medular del concepto, entendido como realidad y como proyecto. Al respecto el Cardenal se preguntaba: “Si el concepto de Cristiandad comprende, y a la vez caracteriza a todos los pueblos cristianos; ¿porqué no ha de acuñarse otra palabra como esta de la Hispanidad que comprenda y caracterice la totalidad de los pueblos hispánicos?”. La palabra está acuñada y la usamos todos. Según esto ¿qué es la Hispanidad?. Y entre cálidas expresiones que proclaman a su juicio la sublimidad y alcance del término afirma: “Hispanidad es ante todo, redención, que eso llevó a España a América y a sus súbditos: la Redención. La Hispanidad es vocablo ecuménico, susurra acentos de cristiandad, disuelve con su luz las diferencias, las razas y las fronteras y aspira a encarnarse en la Humanidad... Que en Oriente y Occidente, en el Aquilón y en el Mediodía se llegue a alabar a Dios con la dulce lengua de Fray Luis, eso es Hispanidad”. (1) Al igual que España dio origen a nuestro continente y lo unificó cultural y religiosamente, en Filipinas la herencia española dejó la constitución misma de las siete mil islas que forman el archipiélago, con sus innumerables razas, lenguas y religiones, en una unidad política y religiosa. El autor filipino Teodoro Agoncillo en su obra “Una historia resumida de las Filipinas” describió el país con estas palabras: “Un vistazo al mapa de Asia suroriental muestra que las Islas filipinas ocupan una posición estratégica. Se encuentran un poco por sobre la línea del Ecuador, al sudeste de la costa del continente asiático. El archipíelago filipino, constituído por más de 7.000 islas e islotes, tiene tres divisiones geográficas: Luzón,Visayas y Mindanao-Sulú, con una superficie terrestre total de casi 300.000 kms.2, cruzada por cordilleras y drenada por pequeños sistemas fluviales”. Actualmente Filipinas tiene una población que se aproxima a los 80 millones de personas, y se estima que alrededor de cinco millones viven en el extranjero, mayormente en Estados Unidos, Canadá, Japón y en los países árabes del Golfo Pérsico. Prosigue Agoncillo: “Los filipinos son una mezcla de razas, de Oriente y Occidente, aunque descienden mayormente de la raza malaya. Siglos de contacto con los países asiáticos y casi cuatrocientos años de dominación por potencias occidentales han hecho del filipino un asiático en vestimenta occidental...”. (2)

II.ESPAÑA DESCUBRE EL OCEANO PACIFICO Y FILIPINAS.

Desde el punto de vista español, Filipinas - al igual que Oceanía- en su cultura, en su historia y en su lengua, es una prolongación de América. Desde que Cristóbal Colón inició su viaje en 1492, su meta final era acceder a las Indias y abrir para la corona de Castilla un nuevo camino para acceder a las riquezas de las especierías. En este derrotero, se vieron enfrentados los dos reinos ibéricos Castilla y Portugal, las dos potencias marítimas más importantes de la época. Las expediciones portuguesas de descubrimiento habían comenzado varias décadas antes que las españolas. En efecto, desde 1487 con el descubrimiento del Cabo de Buena Espernza, la meta invariable de los portugueses era alcanzar el Lejano Oriente y establecer entre éste y Europa un comercio marítimo directo. En esa trayectoria, Vasco Da Gama realiza su viaje a la India (1497-1499) y en 1512 se produce la travesía de Antonio de Abreu desde Malaca a las islas de las Especierías (Célebes, Molucas y Timor), meta final de los descubrimientos. El mismo objetivo fue perseguido con tenacidad, aunque con cierto retraso, por los castellanos, y por una ruta más incógnita y difícil, la del oeste. Fue así que Colón se propuso alcanzar las costas de Asia e incluso murió con el convencimiento que las había descubierto. Habrá que esperar hasta 1513 con la expedición de Núñez de Balboa al Mar del Sur. Desde América, Balboa, atravesando el istmo de Panamá, descubre el Océano Pacífico, un año después que Abreu lo descubriese en Oriente. Poco después Magallanes y Elcano navegaron por todo el Pacífico de punta a punta en 1521, año en que llegaron a las islas Marianas y Filipinas –a las que denominó San Lázaro-, en su primera circunnavegación del globo que constituyó la mayor hazaña de toda la humanidad, y que trajo consecuencias de enorme envergadura: la comprobación de que la Tierra era redonda, de que era una y de que todos pertenecíamos a un mismo mundo, a un mismo planeta, y que podíamos estar en contacto directo unos con otros. Este es el antecedente más remoto, a mi juicio, de la hoy denominada “globalización”. En este preciso momento es cuando España y Oceanía –y por ende Filipinas- entran en contacto. Los portugueses denunciaron la intromisión de Castilla en lo que, por el Tratado de Tordesillas de 1494, consideraban tierras de su influencia. Para solucionar estas controversias, se celebró un acuerdo en Zaragoza en 1529, mediante el cual la corona castellana cedía por 350.000 ducados oro las Molucas o Especierías a Portugal, y éste reconocía la soberanía española en Filipinas. Cuando Hernán Cortés escribía al Emperador Carlos V desde México ya tenía intenciones de dirigirse al Oriente. Los proyectos de Cortés fueron continuados por Pedro de Alvarado, quien fijó la base de Acapulco como puerto americano de conexión con Oriente y exploró más extensamente las costas del Pacífico. En 1542 Ruy López de Villalobos realizó una expedición encargada por el Virrey de Nueva España, D.Antonio de Mendoza, y llegó a las islas de San Lázaro que había descubierto Magallanes y las rebautizó con el nombre de Filipinas en honor al príncipe Felipe, futuro Felipe II. Para buscar la “vuelta del Poniente”, se articula todo un plan de conquista que nada tiene que ver con las expediciones codiciosas e improvisadas de la primera hora. Según el plan trazado desde Nueva España, todo debe estar regulado y para ello surgen las llamadas Instrucciones, auténtico cuerpo legal o Código. La Real Audiencia de México encomienda esta tarea a Miguel López de Legazpi, este gran hombre, prudente escribano vasco que después de dedicar tres cuartas partes de su existencia a servir a su Rey y a su Dios y crear una familia cristiana, abandonó todo para navegar, conquistar y gobernar las islas de un inmenso archipiélago. En carta que él mismo dirige a su Rey se desprende la forma en que conquistó la isla de Luzón y su actitud en la empresa “procurando que a la pujanza del Capitán valeroso no cediese un ápice la rectitud del Magistrado ejemplar” (3) En 1565 la expedición liderada por Miguel López de Legazpi estableció el primer asentamiento español en Cebú. En 1571 Legazpi fundó Manila, como ciudad principal del reino de Nueva Castilla. Los españoles se encontraron frente a dos tipos de población indígena: por un lado había musulmanes, súbditos del sultanato de Borneo, del de Joló, o de otros jefes mahometanos, quienes habitaban mayormente las costas de la isla grande de Mindanao. También había tribus montañesas y asentamientos playeros y ribereños de naturales, que rendían culto a sus ancestros, sus ánimas y que creían en un dios único, Bathala. Los moros se resistieron siempre a la presencia castellana, siendo en los segundos quienes los españoles encontraron desde un principio bastantes conversos, y celebraron pactos de amistad y alianzas militares. La clave del éxito de la colonización española fue la conversión religiosa de los indios. Los indígenas eran tribus esparcidas entre las islas que vivían del comercio mercantil, la agricultura, pesca y caza, eran pacíficas y creían en la vida después de la muerte. Fue así que pudieron reconciliar fácilmente sus creencias con el cristianismo. Los misioneros jesuitas llevaron a cabo su labor con asombroso fervor y sistematicidad. En 1668 escribió el Padre Alsina: “Sesenta años ha, ya cumplidos, que se comenzó a fundar esta nuestra cristiandad de los bisayas (que 100 ha que comenzó la primera vez en Zibu), y desde el principio estuvo, y está, debajo de la enseñanza de los Padres de Nuestra Compañía con tan buen efecto que...muchos años ha que no se halla en las islas de nuestro ministerio un solo infiel que por la gracia divina y diligencia de los primeros misioneros, en 20 años se baptizaron todos sino cual o cual que se escondió en los montes. Fueron a los principios los baptizados en este ministerio, en dicho espacio de tiempo, entre chicos y grandes, unos 60 mil, poco más o menos”. (4) Entre la llegada de Legazpi y la Liberación proclamada en 1898, mediaron casi tres siglos y medio de vida colonial hispanofilipina, encuentro y comunión que se debió a la religión católica, sin la cual, España no hubiera podido mantener su presencia en el archipiélago. Un caso concreto tipifica esta misión evangelizadora de España. Cuando en cierta ocasión los cortesanos le dijeron a Felipe II que la conquista de Filipinas costaba mucho dinero sin rendir nada en cambio, el adusto rey repuso: “Si no bastasen las rentas de Filpinas y de Nueva España a mantener una ermita, si más no hubiere, que conservara el nombre y veneración de Jesucristo, enviaría las de España con que propagar el Evangelio..”. Y esa misión evangelizadora se ha cumplido cabalmente puesto que hoy en día, a pesar de la introducción del protestantismo por los Estados Unidos, la Religión Católica constituye la fé inmaculada del 90% de los filipinos.

III. EL IDIOMA ESPAÑOL EN FILIPINAS.

PERIODO HISPANICO (1565-1898).

Es verdad que nunca fueron todos los habitantes de las Islas Filipinas los que tuvieron el idioma español como su lengua materna. Pero tampoco es justo decir que este idioma nunca se habló en Filipinas a escala nacional. La conquista representaba de hecho la hispanización: “La lengua es compañera del Imperio” decía Nebrija. Esa hispanización a través de las instituciones políticas, económicas y jurídicas del Estado tenía que ser necesariamente lenta debido a la geografía del archipiélago y al escaso número de españoles que se afincaron durante el período hispánico. Pero la hispanización tenía también y fundamentalmente una vertiente religiosa: la evangelización para ser alcanzada por los nativos debía realizarse en las lenguas autóctonas. En esta línea de pensamiento, las instrucciones que envía Carlos V en 1536 al Virrey de Nueva España, don Antonio de Mendoza, insistían en el adoctrinamiento como cuidado primordial y recomendaban que los religiosos y eclesiásticos se dedicaran a estudiar la lengua de los indios. Cuando el 20 de junio de 1596 el Consejo de Indias eleva consulta a Felipe II para resolver el problema lingüístico de los nuevos territorios, el Rey resuelve: “No parece conveniente apremiarlos a que dejen su lengua natural, mas se podrán poner maestros para los que voluntariamente quisieren aprender la castellana, y se dé orden cómo se haga guardar lo que está mandado en no proveer los curatos, sino a quien sepa la de los indios”. (5) Los misioneros que llegan a Filipinas procedían en su mayoría de Nueva España; por eso, no es de extrañar que trasplantasen el modelo americano a las tierras de Oriente, y tanto aquí como allá se dedicasen al estudio de las lenguas indígenas. El Presbítero Zumárraga en México fue un gran defensor de las lenguas indígenas y a él se debe la introducción de la imprenta en México en 1539. La primera obra que se tiene noticia escrita en el Nuevo Mundo fue de su autoría: “Breve y más compendiosa doctrina christiana de la lengua mexicana y castellana”. Al respecto sostenía: “Este sol que vemos no es tan común ni tan comunicable a todos, como es la doctrina de Jesucristo, y a ninguno por ninguna manera aparta de sí, si él mismo no se aparta, no queriendo gozar de tanto bien. No apruebo la opinión de los que dicen que los idiotas no leyesen en las divinas letras traducidas en la lengua que el vulgo usa, porque Jesucristo lo que quiere es que sus secretos muy largamente se divulguen, y así desearía yo por cierto que cualquier mujercilla leyese el Evangelio y las Epístolas de San Pablo. Y aún más digo, que pluguiese a Dios que estuviesen traducidas en todas las lenguas de todos los del mundo, porque no solamente las leyesen los indios pero aun otras naciones bárbaras”. (6) Tan buenos lingüistas como en América, siguieron siendo los misioneros en Filipinas. Fray Juan de San Pedro aprendió dos lenguas filipinas y el chino. El padre Gaspar de San Agustín conocía el tagalo y componía rimas en visayo. El padre José de Madrid sabía la lengua cebuana, la visaya, la tagala, la de Utuy y la china. En 1593 se imprime el primer libro en Filipinas: “Doctrina Christiana, en lengua española y tagala”. Reiteradamente las autoridades eclesiásticas apoyaron y transmitieron la lengua de Castilla; pero, la falta de interés de los indígenas por el aprendizaje del español, su dispersión, la falta de maestros, la dificultad de las comunicaciones, la escasa afluencia de población peninsular –se estima que nunca hubo más de 15000 españoles en Filipinas- significaron barreras para la difusión del español en el vasto archipiélago. La labor educativa de España en Filipinas se fue estableciendo muy lentamente, por los problemas antes mencionados y por la pluralidad lingüística del territorio. Durante el siglo XVIII se realiza un importante esfuerzo por transmitir la lengua española a los filipinos. El 20 de septiembre de 1794, el Rey Carlos IV decreta la enseñanza gratuita y obligatoria para sus súbditos. Se prohibe la enseñanza del catecismo en las lenguas indígenas y se impone el texto en español. En el siglo XIX se intensifica la labor educativa: una Real Cédula de marzo de 1815 vuelve a imponer la enseñanza obligatoria del español en las escuelas primarias de todas las poblaciones. Entrando en el campo de las estadísticas, en la década de 1860, cuando Filipinas tenía una población de poco más de cuatro millones y medio de habitantes, Agustín de la Cavada y Méndez de Vigo, señaló que los que hablaban español en Filipinas no rebasaban el 3% del número de la población citada. Pero este libro salió a luz en 1870, siete años después del decreto de la Reina Isabel II que establecía el sistema de instrucción pública en todas las islas y cuyo medio de instrucción era predominantemente el español, con los idiomas principales del archipiélago sirviendo de medios auxiliares de educación. Al llegar al año 1898, año en que Filipinas pasa a manos estadounidenses, el Prof.Guillermo Gómez Rivera, actual miembro de número de la Academia de Letras de Filipinas, estima en un 14% el número de hispanohablantes de las islas, y que la lengua española podía ser comprendida por el 60% de la población. (7) Prueba de esta amplitud de la lengua fue la publicación de la primera Constitución de Filipinas de 1898 redactada en español. El patriota filipino Emilio Aguinaldo utilizó el español para todas sus proclamas y publicaciones oficiales. Y José Rizal, un políglota que bien sabía siete lenguas, no hubiese escrito sus obras fundamentales en español.

EL LENTO PROCESO DE LA DECADENCIA DE NUESTRA LENGUA. LA PRESENCIA ESTADOUNIDENSE (1898-1946).

Después de la guerra hispano-norteamericana de 1898, del que resultó victorioso Estados Unidos, esta nueva potencia mundial, vió concretadas sus apetencias en el Pacífico y las Antillas. Tras la firma del Tratado de París, las Filipinas al igual que Cuba y Puerto Rico pasaron a manos norteamericanas. Los patriotas filipinos que se habían plegado a su ocasional aliado americano, se vieron pronto traicionados ante la negativa del nuevo soberano de reconocerles su independencia. Estos bravos patriotas continuaron su lucha hasta 1902. Frente a la guerrilla filipina, las tropas norteamericanas emplearon tácticas de contrainsurgencia tales como los campos de concentración, devastaciones sistemásticas de pueblos, cultivos e incluso tortura de prisioneros; es decir, peores atrocidades que las cometidas por los españoles en su lucha contra los independentistas. En un libro publicado en 1908 por la Tipografía del Colegio de Santo Tomás de Manila, titulado Geografía General de las Islas Filipinas, cuyo autor es el Reverendo Padre Fray Manuel Arellano Remondo, se encuentra el siguiente dato: “La población disminuyó por razón de las guerras, en el quinquenio de 1895 a 1900, pues al empezar la primera insurrección se calculaba en 9 millones y actualmente (1908) no llegarán a 8 millones los habitantes del archipiélago”. (8) Es de esperarse que este genocido perpetrado tras la invasión estadounidense fuese cometido mayormente contra la población filipina de habla hispana, ya que eran los que mejor entendían los conceptos de independencia y libertad; los que escribían sus obras y expresaban sus ideas en la lengua de Cervantes. Como todo nuevo colonizador que cree que su cultura es superior y se considera con derecho a imponerla, muy pronto el español fue estigmatizado y combatido por la nueva potencia soberana. Desde 1898 los Estados Unidos gastaron sumas fabulosas para la introducción del inglés, desterrando la lengua que había sido el vehículo de la Revolución filipina. Cuando en 1934 se establece que la soberanía norteamericana debería cesar en 1946, se ordena que se incorpore en la nueva Constitución filipina la obligatoriedad de mantener el inglés como lengua de enseñanza. Los resultados a favor del inglés y en determento del español fueron espectaculares: el censo de 1903 arrojaba los siguientes datos: en una población superior a los 7 millones y medio de personas, había por lo menos 800 mil hispanoparltantes. Quince años después, en 1918, el número de filipinos que hablaba inglés era de 896.258, mientras que los filipinos de habla españala eran 757.463. Pero también es noble resaltar que la agenda de imposición del inglés por parte de Estados Unidos en detrimento del español fue ardua y difícil. Después de la ocupación norteamericana se generó una corriente en la literatura y en las artes de reafirmación del pasado hispano y en rechazo al idioma inglés que era visto como la encarnación del nuevo opresor.

En este sentido, el poeta filipino Fernando María Guerrero exclamaba en 1913 en su poema a Hispania: “Oh, noble Hispania! Es para ti mi canción, canción que viene de lejos como eco de antiguo amor, temblorosa, palpitante y olorosa a tradición para abrir sus alas cándidas bajo el oro de aquel sol que nos metiste en el alma con el fuego de tu voz y a cuya lumbre, montando, clavileños de ilusión, mi raza adoró la gloria del bello idioma español, que parlan aún los Quijotes de esta malaya región, donde quieren nuevos Sanchos que parlemos en sajón”. Este nuevo interés por el español alarmó al Director de Educación el Sr.David Borrows quien en el año 1908 en un informe expresa: “El español continúa siendo la lengua más prominente e importante hablada en los círculos políticos, periodísticos y comerciales. El inglés tiene rivales activos como el lenguaje de intercambio y de instrucción. Es igualmente probable que haya ocurrido una disminución de interés por parte de la población adulta de aprender el idioma inglés. Creo que es un hecho el que mucha más gente ahora conoce más el idioma español que cuando los norteamericanos zarparon a estas islas y ocurrió la ocupación”. (9) Sin embargo el Director de Educación sentía la creencia de que la ascendencia del español era tan solamente temporaria. Apostaba a crear una nueva generación que no usara el español. Para autoconsolarse a si mismo y a sus superiores de Washington arguía que el español, con ciertas medidas tomadas en su contra, tendría que desaparecer a la larga porque los filipinos están lejos de los países de habla hispana por lo que no podrían tener ningún apoyo por parte de aquéllos en su afán de conservar su idioma español. En esta observación bien puede espigarse la política norteamericana continua e incesante durante todo el siglo XX de aislar a Filipinas del mundo hispánico al que pertenecía. Para colmo de males, durante la ocupación japonesa en la Segunda Guerra Mundial, la población hispanoparlante de Manila sufre un segundo genocidio, del que no se recuperaría jamás. Después de la Segunda Guerra, el censo de 1950 todavía acusaba la cifra de un 6% a los filipinos de habla española, cifra nada desdeñable, por lo que la legislatura pasó dos leyes por las que se incluyeron 24 unidades de español y literatura filipina en el nivel universitario puesto que este idioma seguía siendo oficial a la par del tagalo y el inglés. Sin embargo, la lengua española siguió disminuyendo. Así llegamos a 1969 con la superioridad lingüística indiscutida del idioma inglés. En este año, se estimaba los hispanoparlantes en unos 777 mil personas, a los que había que añadir unos 600 mil chabacanos, idioma criollo surgido del español, en una población de casi 20 millones de habitantes. Más cercano en el tiempo, los datos proporcionados por el Calendario Atlante de Agostini de 1991, sitúa a la población hispanoparlante en Filipinas a junio de 1988 en un 3% de la población total del país, lo que equivale a casi 1.800.000 personas. A ellos hay que añadir, según esta fuente, 689 mil chabacanohablantes, lo que da un total de casi dos millones y medio de hispanolocuentes. Esta cifra es tomada igualmente por el Prof. Antonio Quilis para sus investigaciones. (10) Pero; ¿en qué situación se encuentra actualmente el español en Filipinas?. Con la reinstauración democrática tras varios años de dictadura, se aprueba una nueva Constitución a instancias de la nueva Presidente Corazón Cojuanco de Aquino. Esta nefasta Constitución filipina de 1987 –en tanto a nuestra lengua se refiere- termina por aniquilar definitivamente el idioma español al quitarle su oficialidad, atribuyéndole el carácter de lengua voluntaria y optativa junto al árabe. A pesar de estas medidas hispanófobas, aún quedan –según el Prof.Guillermo Gómez Rivera- casi medio millón de filipinos que continúan pensando y sintiendo en la lengua de sus mayores. A esta cifra hay que sumarle cerca de un millón más de chabacanoparlantes. Si bien existe una Academia de Lengua en Filipinas, la misma no cuenta con el respaldo oficial del país y no es considerada un interlocutor válido a la hora de fijar criterios lingüísticos. El español, de no mediar una acción conjunta por parte de España y de los países hispanoamericanos, corre el riesgo de extinguirse como lengua maternal en el hermano país, y su sola presencia yacerá latente tan sólo en la geografía, en los nombres propios y en el espíritu de los filipinos del mañana.

LA INFLUENCIA DEL ESPAÑOL EN LAS LENGUAS NATIVAS DE FILIPINAS.

La influencia del español sobre las lenguas autóctonas de Filipinas ha sido enorme. Según el Prof.Antonio Quilis, quien ha estudiado en profundidad la influencia del español en las lenguas filipinas, se estima que el tagalo recoge un 20,4% de hispanismos, mientras que el cebuano recibe un 20,5%. Estas lenguas son las más habladas por el pueblo filipino en la actualidad, siendo el tagalo la lengua oficial y nacional, junto con el inglés. Pero, más específicamente, de este contacto entre las lenguas filipinas y el español, surgió un nuevo idioma, un criollo o créole llamado “chabacano”. Este criollo nace en el siglo XVII de la necesidad de comunicación de la guarnición española, que muy probablemente fuera semi-analfabeta, con los nativos filipinos. Este nuevo idioma al que los peninsulares llamaban “español corrupto” pronto fue expandiéndose entre la masa y se diversificó en varios dialectos. En la Bahía de Manila tenemos el chabacano de Cavite o caviteño; el de Ternate o ternateño, el de Ermita o ermitaño, que se extinguió durante la Segunda Guerra Mundial al destruir los japoneses, en su huida, toda la zona de Ermita en las afueras de Manila. Hacia el sur nos encontramos con el chabacano zamboangueño, hablado en la Provincia de Zamboanga, al oeste de la isla de Mindanao. De éste surgiría el chabacano davaueño, localizado en Davao, sur de Mindanao. Finalmente tenemos el chabacano cotabateño, hablado en Cotabato y alrededores, en el centro sur de Mindanao. La lengua española, además de su contribución a las lenguas filipinas, también influyó decisivamente en el habla nativa de las islas Marianas, descubiertas también en 1521 por Magallanes. Allí se produjo un mestizaje biológico y lingüístico. Durante los siglos XVIII y XIX coexistieron y se fusionaron en estas tierras del Océano Pacífico diferentes etnias: filipinos (talgalos, pampangos, cebuanos, cabileños...), mexicanos diversos (criollos, mestizos, mulatos, indígenas...), españoles de diversas regiones con la población nativa originaria. Resultado de este mestizaje es la actual lengua nativa llamada chamorro, al que podemos clasificar de criollo como el chabacano de Filipinas, que la hablan unas 65 mil personas en las islas Marianas y Guam, ambos territorios dependientes de los Estados Unidos. Así como el español aportó gran cantidad de vocablos a las lenguas nativas de Filipinas, también encontramos su presencia en los topónimos de este país, muchos de ellos tomados del santoral como son San Fernando, San Isidro, Santa Cruz, San Gabriel etc; otros recuerdan a la lejana España tales como Nueva Cáceres, Nueva Ecija, Nueva Vizcaya, Lucena, Cuenca, etc. En cuanto a los nombres de las personas, a mediados del siglo XIX, el gobernador general de Filipinas, decretó que los filipinos que no tuviesen apellidos los adoptasen. La inmensa mayoría sólo tenía nombre de pila o apodo. Se elaboró a tales efectos una lista de 60.662 apellidos españoles y algunos viejos apellidos filipinos para su distribución entre los ciudadanos. En cada familia, los padres o miembros de mayor edad hicieron la elección. Por eso hay tantos Martínez, Ramos, Pérez o Marcos.

IV. EL FUTURO DE LA HISPANIDAD Y SU REENCUENTRO CON LAS FILIPINAS.

Si Fernando III, Alfonso X y los Reyes Católicos fueron figuras importantes para la unificación y extensión del español en la Península, no lo fue menos Carlos V, bajo cuyo reinado el español se convirtió en una lengua internacional. Cuando el 17 de abril de 1536, ante el papa Paulo III, desafiaba al rey de Francia, enemigo de la cristiandad, hablaba en español; el obispo de Macon, que representaba al rey francés, le interrumpió alegando que no entendía el español, a lo que Carlos I le respondió: “Señor obispo, entiéndame si quiere, y no espere de mi otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan noble, que merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana”. Con el repliegue de España de Europa, el español dejó de ser la lengua de comunicación en este continente, siendo sustituída por el francés. La crisis espiritual y política atravesada por el mundo hispánico a partir del siglo XVIII no ha restado vitalidad a nuestro idioma, que lejos de manifestar síntomas de decadencia o de ser presentado por la oficialidad filipina como una lengua tan muerta como el latín, ha quintuplicado su número de hablantes en los últimos cien años. El idioma español es hoy la lengua oficial de 21 de los 23 países hispánicos existentes, y es la lengua maternal y constituye el patrimonio común de más de 400 millones de hispanoparlantes, lo que la posiciona en el segundo lugar en materia demográfica luego del chino mandarín, incluso por delante del inglés. Diecinueve países americanos, España y Guinea Ecuatorial en Africa emplean el idioma español como su lengua oficial y nacional. Los otros dos países hispánicos son Andorra, que si bien el 60% es hispanoparlante, el idioma oficial es el catalán; y Filipinas, objeto de esta convocatoria, el hermano olvidado por la Hispanidad a quien pretendemos reencontrar.

La lengua española, sin ostentar el status de lengua oficial, es la segunda lengua de los Estados Unidos y de la república centroamericana de Bélice. En Estados Unidos viven actualmente 38,6 millones de hispanos que representan el 13% de la nación más poderosa del orbe, y su crecimiento alcanzará la cifra de 155 millones para el año 2050. Esto significa que para dicha fecha, uno de cada tres norteamericanos será hispano. Sin lugar a dudas, Estados Unidos se convertirá en un país bilingüe. Incluso hoy día hay ciudades y regiones enteras de nuestro vecino norteño en donde el español convive de hecho con el inglés. En el caso de Bélice, antigua colonia británica, según los datos oficiales de su último censo, un 44% de su población es de origen hispano-indio. Sin embargo, la única lengua oficial de este país, a pesar de hallarse inmerso en un contexto regional hispánico, continúa siendo inexplicablemente el inglés. Nuestra lengua, al igual que el inglés y el francés, revisten el privilegio de la ubicuidad en los cinco continentes. El año 1492 es el año clave de la internacionalización del español. Año de la publicación de la gramática de Nebrija, del Descubrimiento de América, del final de la Reconquista y de la expulsión de los judíos de España. Fueron precisamente los judíos sefaradíes quienes, antes de la llegada de Colón a América, difundieron nuestra lengua por los más recónditos y remotos lugares del mundo conocido. La diáspora sefaradí emigró a Africa del Norte, Europa Occidental y a tierras del Imperio otomano. Ciudades como Amsterdam, Hamburgo, Londres, Bayona, Liorna, Tetuán, Orán, Argel, Constantinopla, Esmirna o Salónica vieron florecer su comercio y su industria gracias al aporte judeoespañol. En América, la extensión del español es extraordinaria: comprende un territorio continuo histórica y culturalmente que abarca desde California hasta la Tierra del Fuego, a excepción de Brasil, las Guayanas y algunas islas caribeñas de colonización inglesa, francesa u holandesa. Hoy podemos afirmar que el español es netamente una lengua americana. Allí residen el 90% de sus interlocutores y los desafíos más grandes para su crecimiento, tal como se ha enunciado en el segundo Congreso de la Lengua Española realizado el mes pasado en Valladolid, apuntan a su crecimiento en el Brasil y en los Estados Unidos. En Africa, el único país hispanoparlante es Guinea Ecuatorial. Se estima en un 60% la población guineo-ecuatoriana que habla español en la actualidad, ya sea como lengua materna o como lengua vehicular. Vestigios de nuestra lengua aún perviven en la memoria del pueblo saharaui, a quien injustamente mantiene anexado Marruecos. Es sorprendente y admirable la lucha de este pueblo por su independencia y el amor que aún conservan por la lengua española. En Asia, y más concretamente en el Cercano Oriente, el español mantiene su vigencia gracias a la pujante comunidad sefaradí que tras cinco siglos de incesante emigración y persecución, logró fijar su destino en Israel. Se estima en unas 160 mil personas que aún cultivan nuestra lengua, o mejor dicho, la lengua hablada por la España del siglo XVI, llamada por ellos “ladino”. Y finalmente llegamos al Lejano Oriente asiático con Filipinas y a Oceanía. Los territorios de Oceanía que estuvieron bajo soberanía de España y que dependían de Filipinas son los que hoy constituyen las cuatro entidades polítcas: la República de Palaos, los Estados Federados de Micronesia (antes Carolinas), ambos miembros de las Naciones Unidas, y dos territorios de soberanía estadounidense que son la isla de Guam y las islas Marianas. Estos archipiélagos fueron descubiertos y visitados por los españoles desde el siglo XVI, y aunque sus poblaciones actuales hablan español, la herencia hispana se percibe a través de su religión, sus costumbres, de sus nombres y en Marianas y Guam, de su idioma: el chamorro. En la nación filipina, la hispanidad se debate en una lucha heroica contra valores extraños a su plasma vital. Luego de más de un siglo de expoliación y olvido de su primigenia historia, la sociedad filipina se enfrenta a la búsqueda de sus raíces y al reencuentro con el legado hispánico, con el conocimiento que Filipinas es el tercer gran pilar junto a Hispanoamérica y España sobre el que reposa la Hispanidad. Y, siguiendo esa senda, nos hemos dado cita, a través de Internet, académicos y personas comunes de buena voluntad que abarcan todo el cosmos hispano, con una meta común: preservar y recuperar la lengua del Cid en la antigua Perla de Oriente. Es así que filipinos, hispanoamericanos, estadounidenses de ascendencia hispana, españoles y hasta un hispanista alemán, se ven hermanados en esta empresa común, nucleada en torno al Círculo hispanofilipino y a la Campaña por la Reivindicación del Español en Filipinas que respectivamente dirigen el alemán D.Andreas Herbig, y el mexicano Ing.D.Ramón Terrazas Muñoz. Estas organizaciones no revisten ningún carácter oficial ni gubernamental, ni persiguen ningún fin de lucro. Son meras asociaciones espontáneas de hispanistas que pretendemos difundir los lazos indisolubles entre Filipinas y el resto del cosmos hispano, y ayudar, en la medida de nuestras posibilidades, a restaurar el idioma español en el hermano país, idioma que nunca debió haber perdido su carácter oficial. Fue así que, hace ya cuatro meses, recibí a través de Internet una invitación realizada por la Revista Arbil para sumarme a esta altruista empresa en defensa de nuestra lengua y nuestra cultura. Mi misión en el día de hoy es transmitirles a Uds. la solidaridad internacional que emerge a favor de la recuperación del español en Filipinas, y de invitarles a formar parte y a contribuir con esta campaña hispanofilipina que dignifica nuestros espíritus y nos enrique culturalmente. En el último Congreso de Valladolid -al que también asistió un representante del gobierno filipino- en el acto de inauguración, el Rey Juan Carlos de España expresó la necesidad de defender y potenciar el idioma español en un mundo cada vez más interrelacionado. En coincidencia con los augurios del Rey de España es que me he sumado a esta defensa del idioma español en Filipinas contribuyendo muy humildemente, en las medidas de mis posibilidades, aportando mi “granito de arena” en su difusión. El destino de la hispanidad es ecuménico y su defensa en este mundo globalizado debe ser vital. Nuestras naciones aisladas acabarían siendo abosrbidas o anuladas. El ejemplo más claro y traumático lo constituye la experiencia filipina, combatiendo a solas en el mar de la indiferencia, que muy lentamente comienza a transformarse en simpatía y adhesión, pero sin ninguna ayuda práctica o concreta por parte de la Comunidad Hispánica. Vivimos en la era de los sujetos supranacionales: la Comunidad Económica Europea, la Comunidad Británica, la Comunidad Francófona, la Liga Arabe, la Organización de la Unidad Africana, el Mercosur, etc. La gran ausente hasta el momento es la Comunidad Hispánica de Naciones, comunidad única y singular que comparte una misma historia, una misma lengua y una misma fé.

La tradición hispánica pertenece por igual a las dos naciones peninsulares, como también pertenece y forma parte de Hispanoamérica, Filipinas y Guinea Ecuatorial. El secreto de la continuidad se pueden comprender con las palabras de Menéndez y Pelayo, según las cuales los pueblos no pueden renunciar a la cultura que les es propia, sin mengua de la parte más noble de su ser, sin comenzar una segunda infancia muy próxima a la imbecilidad senil. Tal es la tarea de nuestra generación y nuestro tiempo: dar plenitud de vigencia al ser histórico de las naciones hispánicas. Para concluír quisiera revivir las palabras del sabio poeta Don Miguel de Unamuno (1864-1936): “La sangre de mi espíritu es mi lengua y mi patria es allí donde resuene soberano su verbo, que no amengua su voz por mucho que ambos mundos llene”.

Muchas gracias.

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