¿Por qué el chabacano?

Mauro Fernández
Universidad de A Coruña
Departamento de gallego, portugués, francés y lingüística
Facultad de Filología, Universidad de A Coruña
Campus de Elviña, s/n
15071 - A Coruña, Spain
lxmaurof@udc.es

Title: Why the Chabacano?

Publicamos en este volumen siete de las ocho ponencias que fueron presentadas
en el Simposio Shedding Light on the Chabacano Language: Learning from General
Linguistics and Similar Cases, que tuvo lugar en Manila los días 19 y 20 de octubre
de 2000, organizado por el Instituto Cervantes de esa ciudad, con la colaboración del
Departamento de Historia de la Universidad Ateneo de Manila.

La denominación ‘chabacano’ se aplica actualmente al conjunto de las
variedades criollas hispano-filipinas, si bien originalmente designaba sólo la
variedad hablada en Zamboanga (véase el mapa). Las variedades que todavía se
hablan son: en la Bahía de Manila, el caviteño (en la ciudad de Cavite) y el ternateño
(en la ciudad de Ternate); y, en la distante isla de Mindanao, al sur del archipiélago,
persisten el davaeño (en la ciudad de Davao), el cotabateño (en la ciudad de
Cotabato) y, sobre todo, el zamboangueño (en la ciudad y comarca de Zamboanga, y
en la cercana isla de Basilan). Hasta fines de la segunda Guerra Mundial se hablaba
ampliamente chabacano en el barrio manileño de Ermita, pero es muy probable que
haya que considerar al ‘ermiteño’ (llamado a veces ‘ermitaño’) como ya extinguido.

Esta lengua criolla no ha recibido hasta ahora por parte del mundo académico la
atención que sin duda merece. No abundan las monografías, ni los artículos, y
escasean todavía más los congresos, simposios y actos similares. Sólo tengo noticia
de un congreso anterior al que presentamos en esta publicación: se trata de uno
celebrado en Zamboanga en el año 1999, con el título Cultiva el lenguaje Chavacano
ayer, ahora y hasta para cuando, organizado por la Universidad Ateneo de
Zamboanga en el marco del programa de cooperación entre España y Filipinas
Toward a Common Future, financiado por la Dirección General de Cooperación y
Copyright © Estudios de Sociolingüística 2(2), 2001, pp. i-xii?MAURO FERNÁNDEZ
ii?Comunicación Cultural del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte (véase la
contribución de Michael Forman en este volumen, en la que se refiere con detalle a
este evento, en el que tuvo una participación destacada; véanse también, de paso, sus
reflexiones sobre las vacilaciones ortográficas b/v en el glotónimo que designa a este
conjunto de variedades). Los trabajos presentados en ese congreso zamboangueño
todavía no han sido publicados.

Ciertamente, ha habido algunos eventos más organizados por instituciones
académicas, pero con una finalidad más promocional que científica (lo que, dicho
sea de paso, no les resta valía, aunque sus méritos haya que situarlos en una
dimensión diferente de la del conocimiento lingüístico y sociolingüístico); un buen
ejemplo de este tipo de eventos podría ser la velada organizada por la Universidad de
Filipinas en diciembre de 1999, con la colaboración del Instituto Cervantes en
Manila: en esa ocasión, un grupo teatral de Cavite representó el sainete chabacano
Tindera de tinapa, y algunos oradores nos conmovieron con sus vibrantes discursos.

La única monografía publicada hasta ahora sobre los criollos hispano-filipinos
es la de Keith Whinnom (1956), Spanish Contact Vernaculars in the Philippine
Islands. Whinnom era por entonces lector de lenguas románicas en la Universidad de
Hong Kong, lo que le permitió tener un conocimiento de primera mano de algunas
variedades de criollos portugueses, como el de Macao, con su variante de Hong
Kong, y ello facilitó su acceso a los criollos hispano-filipinos (aunque la perspectiva
básicamente romanística con la que enfocó su estudio pudo también haber sido la
causa de algunos desaciertos). Dos años antes, un especialista en las lenguas de
Mindanao, Howard P. McKaughan, había publicado ya un extenso artículo, “Notes on
Chabacano grammar”, con datos procedentes de una hablante de Zamboanga.
Whinnom considera que estos datos reflejan una visión excesivamente homogénea y
‘pura’ de la variedad del criollo hablada en esa ciudad, en comparación con el
zamboangueño al que él tuvo acceso, y que percibió como una variedad carente de
cualquier atisbo de estándar, en pleno proceso de desintegración. Investigaciones
posteriores, sin embargo, probaron que los datos de McKaughan son tal vez más
fiables que los presentados por Whinnom, procedentes de relatos literarios, de una
tesis de maestría (Santos y Gómez, 1924), y de canciones populares zamboangueñas.
En cualquier caso, faltan todavía investigaciones sistemáticas de la lengua hablada en
situaciones reales, y no sólo en lo que se refiere al zamboangueño, sino en todas las
variedades de chabacano.

Obsérvese que estas publicaciones de los años cincuenta aparecen precisamente
cuando los lingüistas comienzan a interesarse seriamente por el estudio de las
lenguas criollas –excepción hecha, claro está, de los esfuerzos pioneros de
Schuchardt (el primer estudioso de la hibridación entre el español y las lenguas
f ilipinas; véase Schuchardt, 1883), y algunos otros lingüistas, sociólogos y
antropólogos–, interés que habría de desembocar en la organización del primer
congreso internacional sobre pidgins y criollos, que tuvo lugar en Mona, Jamaica, en
1968.

Pero este aumento del interés por las lenguas pidgins y criollas sólo tuvo
consecuencias marginales en el estudio de los resultados lingüísticos del contacto
entre el español y las lenguas filipinas.

En cuanto a tesis doctorales, según la información de que dispongo, sólo existen
tres, realizadas sin conexión entre ellas. La más antigua es la de Roselle Ing, sobre la
estructura fonológica del chabacano, presentada en la Universidad de Londres en
1968, y que no se menciona en ninguna de las otras dos. En 1972, Michael Forman
defendió su tesis sobre el zamboangueño en la Universidad de Cornell; formaban
parte del comité que la juzgó nada menos que Charles F. Hockett, la gran figura de
la lingüística estructural norteamericana de mediados del siglo pasado, y John U.
Wolff, gran conocedor del cebuano y de otras lenguas filipinas. Siendo el mismo
Forman un buen conocedor de alguna de las lenguas del archipiélago, como el
capampangano, su tesis corrige de modo importante el enfoque desde el que
Whinnom había escrito su monografía de 1956. Sin embargo, el enfoque romanístico
no ha desaparecido; pese a trabajos como los de Forman (1972) y Frake (1971, 1980),
encontramos todavía este enfoque unilateral en descripciones muy posteriores, como
en alguna publicada en España en los años noventa, con información recogida
básicamente a partir de cuestionarios redactados en español y desde el español. En
estas descripciones no figura, por ejemplo, ninguna de las muchas sutilezas del verbo
en chabacano (imperceptibles cuando se adopta una lengua romance como punto de
partida), e incluso aparece como modelo básico de orden de palabras el mismo del
español, SVO, siendo el orden habitual en chabacano VSO (véanse las reflexiones de
Sarah Thomason, en este volumen, acerca de cómo los informantes bilingües
suministran a veces la versión más próxima a la lengua del investigador, aunque no
sea la más habitual en la lengua investigada). Lamentablemente, la tesis de Forman
permanece inédita (aunque no inaccesible, pues se puede obtener a través de varios
servicios de reprografía). Por último, en 1976, Isabelita Riego de Dios presentó una
tesis sobre el cotabateño en la Universidad Ateneo de Manila, en la que sí hay alguna
referencia a la de Forman, pero no una utilización intensiva de la misma, ya que la
intención de la autora era básicamente hacer un diccionario del chabacano hablado
en Cotabato. El capítulo II de esa tesis, con una sumaria presentación del chabacano
de Ternate, Cavite, Zamboanga, y, con algo más de detalle, la génesis del de
Cotabato, puede ahora consultarse en Internet (www.audax.net/pcs/).

Además de estas tres tesis doctorales, se han presentado siete tesis de maestría
en universidades filipinas, entre 1924 y 1972 (véase la nota bibliográfica de la
ponencia de Lipski y su relación de referencias).

A esta menguada cosecha de trabajo académico debemos añadir una veintena de
artículos, de valor muy desigual –casi todos ellos mencionados en el conjunto de las
contribuciones a este volumen–, y el sencillo diccionario del zamboangueño de
Camins (1988[1999]), denominado Handbook con cierta exageración, pues contiene
no más de ocho páginas de descripción, seguidas de otras doce de ejemplos de
conversaciones, refranes y dichos comunes en chabacano, precediendo a las 108
páginas de entradas léxicas que constituyen el diccionario.

Algunas ausencias del chabacano son bastante llamativas: por ejemplo, en una
época en la que los criollos todavía tendían a ser englobados en el marco de los
estudios dialectales, llama la atención el hecho de que las variedades hispano-filipinas
ni siquiera se mencionen en el Manual de dialectología española de García
de Diego (1939), que tuvo numerosas ediciones y reimpresiones, aunque sí hay, en
cambio, referencias al criollo antillano papiamento, del que se dice que es “la única
lengua criolla de todo el antiguo Imperio hispánico” (p. 350). En la colección de
Textos hispánicos dialectales de Alvar (1960) sí figuran algunas muestras de
chabacano, aunque tomadas de una fuente poco fiable, por lo que se reproducen en
esta antología no sólo las erratas de la fuente, sino también algún error (véase al
respecto Knowlton, 1968).

Más llamativo aún que este desinterés de la filología española, poco interesada
en general en este tipo de lenguas, resulta el hecho de que en los diversos coloquios
sobre lenguas criollas de base léxica ibérica, que se vienen realizando desde 1985, no
hayan encontrado los criollos hispánicos de Filipinas quien quisiese dedicarles algo
de atención, antes de la reunión recientemente celebrada en Coimbra en junio de
2001, y en la que, por fin, se presentaron dos comunicaciones sobre el chabacano,
una de Angela Bartens y otra de Lojean Valles-Akil. Para mi satisfacción personal,
mencionaré que ambas comunicaciones tuvieron su origen en el simposio de Manila
que tuve el privilegio de organizar. Ojalá este interés continúe, ya que son muchas las
cuestiones que están todavía pendientes de estudio pormenorizado.

Whinnom escribió su monografía de 1956 con una cierta sensación de urgencia,
pues, si bien era consciente de lo azaroso de cualquier profecía sobre la extinción de
una lengua –“all kind of unreckoned loyalties come into play in keeping a language
alive” (1956: vii)– le parecía sin embargo plausible sostener que “in another
generation there will not be a native speaker of these languages left” (ibid.). El libro
de Whinnom no pasó desapercibido, pues en los tres años siguientes se publicaron al
menos once reseñas, algunas de ellas en revistas de amplia circulación en el ámbito
lingüístico académico, como Word, Bulletin de la Société Linguistique de Paris,
Modern Language Review o Hispanic Review. Aunque alguna de estas reseñas es
bastante crítica con el libro, en ninguna de ellas se cuestiona que el chabacano esté
en peligro de extinción; todos los reseñantes, independientemente del valor que den
a la descripción técnica en sí misma y a los datos en que se sustenta, dan la
bienvenida a este libro sobre unos criollos moribundos.

Whinnom no efectuó por sí mismo estimaciones del número de hablantes de las
diversas variedades de chabacano, sino que aceptó la información que le proporcionó
al respecto Otley Beyer, profesor emérito de antropología en la Universidad de
Filipinas, y director del Museo de Arqueología y Etnografía de Manila. Según las
estimaciones de Beyer, en 1942 había unos 18.000 hablantes de caviteño, unos
12.000 de ermiteño, unos 1.300 de zamboangueño y unos 3.500 de davaeño;
Whinnom no suministra ninguna estimación del número de hablantes de chabacano
en Ternate, y Cotabato ni siquiera se menciona una sola vez en todo el libro. Algunos
años más tarde, Frake (1971), buen conocedor de Mindanao y del archipiélago de
Sulú, hizo notar que la estimación suministrada por Whinnom (y aceptada por otros
autores) acerca del número de hablantes de chabacano en Zamboanga era
excesivamente baja. Según Frake, Whinnom (o mejor dicho, su fuente, Otley Beyer)
probablemente tomó los datos del censo de 1939, que, efectivamente, nos informa de
que había sólo 1.290 hablantes de chabacano en Zamboanga. Sin embargo, el censo
de 1948 da una cantidad casi ochenta veces mayor: 100.645 hablantes, y el de 1960
da 110.376 hablantes. A los analistas de la información del censo de 1948 no les pasó
inadvertido el enorme incremento de hablantes de chabacano en relación con el censo
anterior de 1939, a juzgar por la siguiente nota: “The phenomenal increase of the
number of persons able to speak Chabacano is due to the instruction given to census
enumerators to report as able to speak Spanish only those persons who speak the pure
language of Cervantes” (ápud Frake, 1971: 239). Esta aclaración parece sugerir que,
en el censo de 1939, la mayoría de los hablantes de chabacano fueron incluidos en la
categoría de los hablantes de español, bien por decisión de los recopiladores de la
información, bien porque los hablantes del criollo se presentaron a sí mismos como
hispanófonos, sin que los recopiladores, faltos de instrucciones específicas, creyesen
necesario corregir ese modo de auto-presentarse (explicación esta última que le
resulta a Frake poco convincente, según me indica en comunicación personal que
agradezco). En cualquier caso, a Whinnom no le pasó desapercibido que es
precisamente en Zamboanga donde el chabacano “has fared best, perhaps, of all the
contact vernaculars” (1956: 14).

En contraste con la estimación exageradamente baja del censo de 1939, no faltan
estimaciones al alza: el Calendario Atlante de Agostini de 1991 da un total de
689.000 hablantes de chabacano (ápud Quilis, 1992: 82, quien los suma a los
hablantes de español, 1.761.690, según el citado calendario).

Entre ambos extremos, Romanillos (1999), usando datos del censo de 1995, da
las siguientes estimaciones: 34.215 hablantes en Cavite, 6.843 en Ternate, 54.744 en
Davao, 20.529 en Cotabato y nada menos que 307.940 en Zamboanga, donde es
claramente la lengua mayoritaria. Ello da un total 424.273 hablantes de chabacano en
Filipinas, la cifra más elevada que se ha obtenido hasta ahora a partir de los censos
de población.

Son bien conocidos los problemas que presentan los censos como fuente para
estimar el número de hablantes de una lengua, especialmente en países como
Filipinas, con un gran número de ellas y donde prácticamente todos los individuos
son multilingües: las preguntas rara vez son lo suficientemente precisas, y suelen
cambiar de unos censos a otros. Sor Isabelita Riego de Dios (1976) muestra una gran
desconfianza sobre el número de hablantes de chabacano en Cotabato según el censo
de 1969, que da tan sólo 7.102 hablantes en una población ligeramente superior al
millón de personas:

I believe that the methodology employed by the Bureau of Census and Statistics is
not adequate to reflect the authentic statistical variables. In the more than 25 years as
a Religious for instance, I never knew of any census team coming to the convent to
gather such information and other pertinent data on what language the citizens speak.
(cap. 2.21, nota al pie núm. 3)

En cualquier caso, a la vista de los datos del censo de 1995 parece cuestionable
que el chabacano esté en peligro de extinción. En la relación de lenguas filipinas de
la decimotercera edición de Ethnologue (1996) se atribuyen al chabacano 280.000
hablantes (datos del Summer Institute of Linguistics, 1981), según lo cual esta lengua
ocuparía, por número de hablantes, el lugar dieciocho de la lista (de un total de 155),
inmediatamente por debajo del tausug, lengua que, ciertamente, no está amenazada
(y que algunos hablantes de chabacano de Zamboanga perciben más bien como
amenaza a la suya propia).

Podría ser, pues, criticable que nuestro simposio se haya organizado en el marco
de los esfuerzos de protección y promoción de las lenguas en peligro; que fue ése y
no otro el enfoque que adoptamos como punto de partida se puede ver con suma
claridad en alguna de las ponencias, como la de Stephen A. Wurm, que inauguró el
Simposio. Y siendo nuestro enfoque criticable desde la perspectiva del número de
hablantes, no podían dejar de aparecer las objeciones en el simposio mismo: alguno
de los ‘discussants’ nos recordó que el chabacano estaba ‘alive and kicking’. Sin
embargo, los participantes de Cotabato protestaron ante ese cuestionamiento de que
el chabacano esté realmente en peligro, y sostuvieron que en esa localidad la lengua
sí está seriamente amenazada, puesto que su transmisión a las nuevas generaciones
es muy escasa. Lo mismo podría suceder en Cavite, donde los hablantes del criollo
se pierden en medio de una masa creciente de hablantes de tagalo, pese a los
esfuerzos que se hacen en esa comunidad para forjar una identidad chabacana:
“Cavite, el lugar de nisos”, en chabacano, es el lema de la ciudad. Y no había entre
los participantes ninguno procedente de Ternate, pero me gustaría conocer qué se
piensa al respecto en esa localidad. Actualmente sabemos que incluso una lengua con
un elevado número de hablantes puede decaer rápidamente, en especial cuando se
altera de forma radical toda la ecología lingüística que había venido actuando como
soporte de un alto grado de diversidad (véase al respecto Mühlhäusler, 1996). De
modo que el puesto número dieciocho por número de hablantes (o el que realmente
le corresponda al chabacano) entre las lenguas de Filipinas no implica
necesariamente que esté a salvo de un rápido declive, que podría afectar a la mayoría
de ellas.

Quisiera justificar brevemente el porqué de la intervención en este tema de una
institución dedicada a la difusión del español, como es el Instituto Cervantes.
Durante mi estancia en Filipinas como Director de esa institución en Manila, varias
personas de Cavite, de Zamboanga, de la propia capital del archipiélago e incluso de
España, me solicitaron algún tipo de intervención en favor del chabacano. Siendo yo
un lingüista de profesión, con un marcado sesgo hacia los estudios sociolingüísticos,
es evidente que nada podría complacerme más que contribuir de algún modo a la
preservación y promoción de esta lengua. Como sociolingüista, sé bien que quienes
mantienen, fortalecen o recuperan las lenguas son los hablantes, y que las
intervenciones procedentes de otros ámbitos son ineficaces (en el mejor de los
casos), o incluso dañinas (en el peor). En el caso de un criollo como el chabacano,
una intervención que surge de una institución cuya función primordial es la difusión
del español podría ser, además de anómala, especialmente nociva, del mismo modo
que lo sería la intervención de L’Alliance Française para la protección y promoción
del criollo de Haití, o la del British Council en la protección y promoción de los
numerosos criollos de base léxica inglesa que existen por todo el mundo. La razón
por la que estas intervenciones podrían ser no deseables es muy sencilla, y se puso
de manifiesto reiteradamente durante nuestro simposio: el paso esencial para la
protección y promoción de una lengua criolla es que sus hablantes tomen conciencia
de que aquello que hablan no es una variedad degradada de otra lengua, sino una
lengua de pleno derecho. No parece, pues, que una institución como el Instituto
Cervantes deba desempeñar un papel importante en la promoción del chabacano. Sin
embargo, ¿cómo negarse a cualquier tipo de intervención, si son los miembros de las
propias comunidades de hablantes quienes solicitan nuestra colaboración?

Tal demanda no podía quedar desatendida, máxime cuando creo que tenemos
una especie de deuda histórica originada en la actitud despectiva con la que
generalmente se han visto desde España estas variedades de contacto. Wenceslao
Retana, destacado historiador y el mayor especialista en bibliografía filipina, hizo en
su Diccionario de filipinismos (1921) afirmaciones que indican no poco desprecio
hacia las aportaciones de los filipinos al español hablado en el archipiélago:

La simple fisonomía del vocablo rara vez deja de decirnos quién fue su procreador:
agachona, aplatanarse, araña, balance, caída, etc. no ofrece duda que son de estirpe
española; bandejado, malunquear, pagón, pichido, etc., nadie dudará que son de
estirpe filipina. El filipinismo engendrado por el español tiene algo que le diferencia
del engendrado por el filipino. Y no se atribuya esto a la naturaleza de la raíz: de raíz
filipina son abacalero, anitería, batilla, palayero, creados por españoles, y de raíz u
origen castellano apetitos, are, corrido, parteadora, etcétera, creados por filipinos.
Dígase de una vez: el filipinismo acuñado por el español tiene más noble estructura
y más grato sabor que el acuñado por el filipino. (Retana, 1921: 5)

Y sus afirmaciones sobre el español del barrio caviteño de San Roque (es decir,
el chabacano) no fueron más amables. Había pues, por mi parte, una evidente
intención compensatoria. Pero en cuanto Director del Instituto Cervantes de Manila,
no podía olvidar cuál es nuestra función en Filipinas. ¿Cómo resolver este dilema?
Ciertamente, tuvimos que rechazar algunas sugerencias concretas que se nos
hicieron. El Instituto Cervantes no puede dar ni patrocinar clases de chabacano, con
el pretexto de que forma parte de las variedades del español. Por mucho que nos guste
acoger al chabacano bajo el paraguas del español (ya que ello nos permitiría decir
con razón que el español sigue realmente vivo como lengua materna en Filipinas), tal
razón es lingüísticamente incorrecta, y peligrosa para la superv ivencia del
chabacano, a no ser, claro está, que sea la propia comunidad de hablantes la que da
pasos inequívocos en esa dirección. También se nos preguntó que por qué no
dábamos clases de español a los hablantes de chabacano. Naturalmente, el Instituto
Cervantes está dispuesto a enseñar español a todos los que quieran aprenderlo (y los
hablantes de chabacano podrían hacerlo con cierta facilidad); pero enseñar español
es promocionar el español, y no el chabacano.

Finalmente, en esta búsqueda de una posibilidad de ayuda que no interfiriese
con las iniciativas y deseos de las respectivas comunidades de hablantes, y que
tampoco entrase en conflicto con la misión del Instituto Cervantes, llegué a la
conclusión de que la mejor contribución que podíamos hacer en ese momento era,
por una parte, invitar a ir a Manila a un grupo selecto de especialistas en el estudio
del chabacano o de otras lenguas criollas con problemas similares (e incluso lenguas
que sin ser criollas, como el chamorro, tienen un más que notable aporte del español),
pero que raramente tienen oportunidad de ir a Filipinas, y por otra, invitar a un grupo
de filipinas y filipinos profundamente implicados en la conservación y promoción
del chabacano, pero que no tienen muchas ocasiones que les permitan intercambiar
opiniones directamente con los especialistas en el estudio de este tipo de lenguas. A
los ponentes les dimos libertad para la elección de su tema, en el marco de una
orientación sociolingüística general, dejando para mejor ocasión las tan necesarias
discusiones gramaticales.

Tal como esperábamos, el diálogo entre estos dos grupos de participantes fue
fructífero. Nuestros huéspedes internacionales ganaron en conocimiento acerca del
chabacano y de los intereses y preocupaciones de sus hablantes, a menudo tan
diferentes de los de los especialistas; mientras que nuestros huéspedes filipinos
pudieron contrastar su práctica y encontrar nuevas ideas y nuevas vías de acción.

No debo terminar sin dejar constancia explícita de mi más sincero
agradecimiento a todos quienes hicieron posible la celebración de este simposio. En
primer lugar, a la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) y a la Sede
Central del Instituto Cervantes en Madrid, que respaldaron esta iniciativa y la
financiaron en su totalidad (la ayuda de la AECI ha ido más allá de la realización del
evento, y ha llegado hasta la financiación parcial de esta publicación, para su
distribución gratuita en los círculos chabacanistas de Filipinas). Gracias también a la
Embajada de España y a su entusiasta embajador, Delfín Colomé, quien siempre tuvo
claro que la inclusión del chabacano en el repertorio de la herencia hispánica pasa
por su dignificación y el mantenimiento de su peculiaridad. La Universidad Ateneo
de Manila, a través del decano de su Facultad de Ciencias Sociales, Dr. Joey Cruz, y
de la directora del Departamento de Historia, Dra. Felice Noelle Rodríguez, con la
ayuda del Dr. Francis Gealogo, coorganizaron el encuentro y pusieron a nuestra
disposición su magnífico Escaler Hall, aparte de ocuparse de importantes asuntos
administrativos y de intendencia, entre ellos, la selección de los participantes
f ilipinos. Katerina Ortega e Isabel Fernández, del Instituto Cervantes de Manila, se
ocuparon con notable eficacia de los múltiples y menudos detalles que conlleva la
organización de un encuentro de estas características.

Debo agradecer a Rosa Salas Palomo su interesante ponencia, The Chamoru
language today: 400 years and four colonial powers later, de la que, lamen-tablemente,
no pude obtener una versión escrita para incluir en este volumen. Gracias
también a ciertos ausentes: Peter Mühlhäusler, Armin Schwegler y Rafael Rodríguez-Ponga
me comunicaron su disponibilidad para participar, que se vio truncada por
acontecimientos imprevistos de última hora. Sus intervenciones previstas sobre
ecología lingüística y lenguas criollas (Mühlhäusler), sobre las enseñanzas que lo
sucedido con el ‘palenquero’colombiano puede aportar a los hablantes de chabacano
(Schwegler) y sobre las discusiones ortográficas en torno al chamorro (Rodríguez-Ponga)
sin duda hubiesen enriquecido nuestro simposio.

Y sobre todo, gracias, a los protagonistas reales del encuentro: a los filipinos
que se desplazaron desde Zamboanga, Cotabato, Cavite, y no menos a quienes
acudieron desde la propia Manila, desafiando el desesperante tráfico de esa ciudad.
Gracias a los profesores y profesoras de universidades filipinas que actuaron como
‘discussants’: Emmanuel Luis Romanillos para la ponencia de Stephen A. Wurm,
Mario C. Francisco para la de Angela Bartens, Emma Porio para la de Rosa Salas
Palomo, Fernando N. Zialcita para la de John Holm, Luis S. David para la de Michael
Forman y Wystan de la Peña para la de John Lipski. Sus interesantes observaciones
merecían haber sido recogidas en este volumen; pero, lamentablemente, mi marcha
de Manila dificultó la obtención de una versión publicable de sus intervenciones.
Aunque problemas técnicos impidieron que Karl Go y Soledad S. Reyes comentasen,
como estaba previsto, las ponencias de Sarah Thomason y Louis-Jean Calvet
respectivamente, gracias también a ellos. Y gracias finalmente a los ponentes, ya
mencionados: todos ellos hicieron un largo viaje para compartir su saber de
especialistas con quienes luchan por fortalecer el chabacano.

Una mención muy especial merece Stephen A. Wurm: lleno de vitalidad y
entusiasmo, nadie nos hubiese podido hacer creer, en aquellos días, que iniciaba el
último año de su vida. Infatigable, como siempre, atendió infinidad de preguntas y
cerró nuestro simposio con una brillante síntesis de todo lo dicho. Su reciente
fallecimiento, a los setenta y nueve años de edad, supone una pérdida irreparable para
la lingüística. No pudiendo ofrecerle nada mejor, vaya dedicada a él, in memoriam,
esta publicación.

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¿POR QUÉ EL CHABACANO?
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